El Origen del Rosario
La Virgen del Rosario
Europa y con ella toda la cristiandad estaba en grave peligro de extinción. Sabemos, por las promesas de Jesucristo, que eso no puede ocurrir pero, humanamente, no había solución para la amenaza del Islam. Los Musulmanes se proponían hacer desaparecer, a punta de espada, el cristianismo. Ya habían tomado Tierra Santa, Constantinopla, Grecia, Albania, África del Norte y España. En esas extensas regiones el cristianismo era perseguido, muchos mártires derramaron su sangre y muchas diócesis desaparecieron completamente. Después de 700 años de lucha por la reconquista, España y Portugal pudieron librarse del dominio musulmán. Esa lucha comenzó a los pies de la Virgen de Covadonga y culminó con la conquista de Granada, cuando los reyes católicos, Fernando e Isabel, pudieron definitivamente expulsar a los moros de la península en el año de 1492. ¡La importancia de esta victoria es incalculable, dado que en ese mismo año ocurre el descubrimiento de América y la fe se comienza a propagar en el nuevo continente!
En la época del Papa Dominico Pío V (1566 - 1572), los musulmanes controlaban el Mar Mediterráneo y preparaban la invasión de la Europa cristiana. Los reyes católicos de Europa estaban divididos y parecían no darse cuenta del peligro inminente. El Papa pidió ayuda pero se le hizo poco caso. El 17 de septiembre de 1569 el Papa Pío V con una Bula o Encíclica dirigida a todos los cristianos del mundo recomienda rezar el Rosario de la manera como se reza ahora. Con esto quedaba consagrada esta devoción como algo propio de los buenos católicos.
El 7 de octubre de 1571 se encontraron las flotas de musulmanes y cristianos en el Golfo de Corinto, cerca de la ciudad griega de Lepanto. La flota cristiana, compuesta de soldados de los Estados Papales, de Venecia, Génova y España y comandada por Don Juan de Austria entró en batalla contra un enemigo muy superior en tamaño. Se jugaba el todo por el todo y antes del ataque, las tropas cristianas rezaron el Santo Rosario con devoción. La batalla de Lepanto duró hasta altas horas de la tarde pero, al final, los cristianos resultaron victoriosos. Los Turcos fueron derrocados, la mayoría de las embarcaciones hundidas y una tormenta completó la destrucción de los turcos. El poder de los turcos en el mar se había disuelto para siempre.
En Roma, el Papa se hallaba rezando el Rosario mientras se lograba la milagrosa victoria para los cristianos. Entonces salió de su capilla, se asomó a la ventana, miró hacia el cielo y, guiado por una inspiración, anunció con mucha calma, que la Santísima Virgen había otorgado la victoria, y dijo a sus Cardenales: "Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria".
Semanas mas tarde llegó el mensaje, desde el lejano Golfo de Corinto, de la victoria por parte de Don Juan, quién desde un principio le atribuyó el triunfo de su flota a la poderosa intercesión de Nuestra Señora del Rosario. El Papa Pío V felicitó a los ejércitos vencedores diciéndoles: "No fueron las tropas. No fueron las armas. No fueron los jefes. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, la Madre de Dios la que nos consiguió la victoria al rezarle nosotros el Rosario".
En 1572, agradecido con Nuestra Madre, el Papa Pío V instituyó el 7 de octubre como la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias y agregó a las Letanía de la Santísima Virgen el título de "Auxilio de los Cristianos" para implorar la misericordia de Dios sobre su Iglesia y todos los fieles, y agradecerle su protección e innumerables beneficios, en modo especial, por haber librado a la Cristiandad de las armas de los turcos en la victoria de Lepanto (este Pontífice fue propagador del título de Auxiliadora y más tarde, un sacerdote llamado San Juan Bosco, sería el propagandista de la devoción a María Auxiliadora).
Desde que el Papa Pío V recomienda a todo el mundo el rezo del Rosario, recordando que con esta oración se han obtenido grandes triunfos en la guerra contra los infieles, y que esta devoción ha demostrado tener gran eficacia para detener las herejías y conseguir conversiones, y que toda persona fervorosa lo debe rezar frecuentemente, la costumbre de rezar el Rosario se vuelve popularísima en todas las naciones y su popularidad va aumentando año con año. Fue él quien dio el encargo a la Orden de Predicadores, los Dominicos, de propagar el Santo Rosario.
Mientras los historiadores siguen el hilo de los hechos desde aquellos remotos siglos hasta hoy, el pueblo ratifica su sentir y por mucho tiempo seguirá cantando: ¡Viva María, viva el Rosario, viva Santo Domingo que lo ha fundado!